Menta y Chocolate
Hace unos meses me metí de lleno en un nuevo proyecto, en una nueva historia. En una historia, que capítulo a capítulo, o casi mejor decir, cucharada a cucharada, fue publicándose semanalmente en blogger y wattpad. Historia, que con su frescura, dinamismo y, tal vez, esa primera inocencia que mostramos todos en nuestra infancia (por aquello que comienza con la historia de unos niños), los lectores fueron sintiéndose parte de ella y cayendo en la dulce tentación de Menta y Chocolate (historia y helado), ja ja ja...
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Menta y Chocolate |
Sinopsis
Menta y Chocolate nos narra la historia de Eva, una pequeña de 8 años que disfruta de la mejor de las infancias en su terrreta, Valencia, junto a ella conocemos a su primo Alejo, su más fiel escudero, aunque como cualquier primo mayor le guste meterse con ella. A su amiga Ana, su amiga del alma, su amiga para toda la vida, ni siquiera la distancia física logrará separarlas. Andrés, el hermano mayor de Ana, a quien le une una curiosa pasión por el helado de menta y chocolate y un enredado hilo rojo del destino.
Junto a Eva y Andrés conoceremos esas primeras mariposas del amor adolescente, además de revivir todas las tonterías, que todos hemos hecho y dicho en la edad del pavo. Y como no hay dos sin tres, entre ellos se colará Marta, a la que odiaremos y desearemos todos los males del mundo, pero nunca olviden que: en el amor y la guerra todo está permitido...
Muchos más son los personajes a los que conoceremos a lo largo de la historia: Yohanne, Dominique, Angelo, Iván...sin olvidarnos de la sabia iaia de Eva, casi su pepito grillo, y a una divertida, loca, cariñosa, fiel y maravillosa saga de bracas o vizslas: Xena, Zsa Zsa, Hera, Jara y Vesta.
¿Qué ocurrirá en la vida de Eva?
A los 13 años sus padres deciden irse a vivir a Bonn, de donde es la familia paterna y Eva tendrá que dejar atrás las risas con sus primos, los juegos con su prima canina, a su amiga del alma y olvidar a Andrés. ¿Realmente olvida a ese primer amor?¿De verdad olvidamos ese primer revoloteo en nuestro estómago?
Valencia, Bonn, Paris, Roma son las ciudades en las que Eva pasará parte de su vida, en donde crecerá, aprenderá que la distancia no te aleja de tus amigos, ni si quiera de los caninos (estos nunca te olvidan) y se enamorará pero ¿olvidará a su amor platónico? Menta y Chocolate una historia con la que reirás, llorarás y disfrutarás con cada cucharada...
Si te gusta la comedia romántica, si disfrutas leyendo chicklit, Menta y Chocolate te hará sonreír, llorar, emocionarte, recordar pero sobre todo vivir a través de sus personajes.
Puedes encontrar Menta y Chocolate en todas las plataformas de Amazon, tanto en papel como en su versión digital. ¡Disfruta de la lectura! ¡Y del helado!
Menta y Chocolate (digital)
Menta y Chocolate (papel)
Si te gusta la comedia romántica, si disfrutas leyendo chicklit, Menta y Chocolate te hará sonreír, llorar, emocionarte, recordar pero sobre todo vivir a través de sus personajes.
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Menta y Chocolate (digital)
Menta y Chocolate (papel)
Booktrailer
Lee aquí el primer capítulo:
En un lugar de Valencia…
Risas,
carreras, gritos y ladridos invadían el jardín, dando fe que a Xena y a sus
ocho primos humanos poco o nada les importaba los casi cuarenta grados y el
viento de poniente. María, Pedro, Víctor, Vicente, Sara, David, Alejo y Eva
entraban y salían de la piscina al grito de bomba
va; Xena no se quedaba atrás y los acompañaba con un ladrido saltando junto
a ellos en la piscina de sus abuelos.
Clotilde y Vicente no podían estar más dichosos,
sus rostros mostraban la satisfacción de tener a todos sus nietos en casa. Sí,
los fines de semana era imposible encontrar un solo minuto de silencio en la
casa, pero les encantaba tener aquella alegre algarabía que desaparecía durante
la semana, salvo en los meses de verano que casi tenían a toda la troupe afincada allí. Más ahora tras la
llegada de Xena, con la que todos querían estar, no se separaban de la
juguetona y cariñosa braca húngara ni un instante.
―Xena… Xena…
quita―medio imploraba entre risas Eva―, si me chupas no puedo nadar.
Xena no
llevaba mucho en la familia pero su llegada estaba haciendo las delicias de los
primos, quienes la habían adoptado como prima. Ninguno quería separarse de
ella, peleándose para colarla en su cama cuando los abuelos no se enteraban, ejem… o hacían como tal.
―Xena,
ven conmigo―gritó Alejo salpicando a la que sin duda era su prima favorita,
Eva. ―. Eva es una pequeñaja y no sabe nadar bien. ―dijo con aire burlón,
sabiendo que eso molestaría a la más pequeña de la familia.
―¡Eso no
es verdad! Yo nado muy bien―se quejó Eva―, y no soy pequeña. ¡En noviembre
cumplo ocho años!
―¡Una
pequeñaja!
―¡No es
verdad!
―Sí, que
lo eres, yo soy más mayor que tú que ya tengo diez años―aseveró Alejo―, lo que
me hace ser más responsable que tú.
―¿Tú
responsable? ―era Víctor el que hablaba, el mayor de los primos― Tú eres un nano [1]como
Evita.
―¡Yo no
soy un nano! ―se quejó Alejo, quien
no podía soportar que sus primos mayores
lo vieran como a un pequeño.
―Nano… nano… nano… Alejo es un nano…― coreaban sus primos mayores al
unísono, haciéndolo rabiar.
Enfurruñado
Alejo salió de la piscina tropezándose con su tía Rosa, la madre de Eva, que
iba en busca de su hija.
―¿Qué
pasa Alejo? ―preguntó Rosa al ver la cara de enfado de su sobrino pequeño.
―Nada
tía, estos que son unos tontos. ―respondió buscando su toalla entre la maraña
de toallas que había sobre la hamaca.
―Eva, sal
del agua ya.
―Pero
mami, yo no quiero salir, el agua está muy buena.
―Venga
que te terminará por salir escamas, como si fueras una sirenita.
―Mami,
eso no es posible, esas cosas no ocurren en la realidad. ―rio Eva enseñando el
par de dientes que Pérez se había llevado con él.
―Anda,
sirenita, ¿no quieres ir a casa de Ana?
―¡Sí!
―exclamó dándose prisa por salir del agua, como si hubiese escuchado la palabra
mágica, seguida por Xena.
―Xena ni
se te ocurra sacudirte a mi lado―comentó Rosa alejándose de la cachorrita. ―.
Venga Eva, una ducha rápida y te vistes que los padres de Ana nos están
esperando.
―Voy
mami.
―Eva, no
corras que te resbalas.―apostilló su madre al verla correr por el borde de la
piscina.
*****
―Mami,
¿vamos a comer en casa de Ana?
―Sí, es
el aniversario de Cristina y Andrés, y nos han invitado a comer.
―Mami,
¿desde cuándo conoces a los papás de Ana?
―Uff, a
Cristina de siempre, estábamos juntas en el cole y a Andrés en el instituto
cuando empezó a salir con Cristina.
―¿Y tú,
papi?
―Yo
menos―respondió Hans―, primero conocí a Andrés, ya sabes que él fue quien me
presentó a mamá.―sonrió Hans acariciando la cabeza de su desdentada hija.
Un par de
minutos más tarde abrían el portón de entrada del chalet de los padres de Ana,
hasta ellos llegaba ya el olor de la leña y de la paella que Andrés comenzaba a
preparar.
―Eh,
familia, pasad―decía Andrés nada más ver a sus amigos entrar al jardín de su
casa. ―. ¿Qué pasó Eva? ¿Cómo está la niña que va a romper más de un corazón
como siga así de guapa?
Eva
sonrió, dejando ver los hoyuelos que se le formaban en la comisura de los
labios.
―Hola,
tío, ¿dónde está Ana? ―preguntó Eva tras darle un par de besos al padre de su
amiga, al que quería como si fuera un tío más.
―Está
dentro con Andrés, que acaban de salir de la piscina hace un momento―contó
Andrés―, a veces me pregunto si mis
hijos no serán medio pez.
―Esta es
igual―comentó Rosa, dándole un par de besos a su amigo―, y felicidades por esos
doce años ya.
―Mamá, me
voy con Ana.―dijo Eva corriendo rumbo a la casa.
―Hola,
Eva, cariño.―la saludó Cristina que salía con unos aperitivos.
―Hola,
tía Cristina―le devolvió el saludo Eva―, voy con Ana―dijo entrando en la casa y
dando en seguida marcha atrás. ―. Felicidades, tía―dijo dándole un par de
besos.
―Gracias,
cariñet. Anda corre con tu amiga y
dile a Andrés que traiga las servilletas y los cubiertos que he dejado sobre la
mesa de la cocina.
―Vale―contestó
entrando en la casa.
Eva
sonrió al entrar en la casa y escuchar a su amiga Ana cantando la canción que
sonaba en la radio, It must have been
love de Roxette; con un cepillo
que hacía las veces de micrófono, Ana cantaba en su particular inglés, la
canción que aquel verano sonaba en todas las emisoras de radio.
―Hola,
hoyuelos―el inesperado saludo de Andrés, el hermano de Ana, la hizo dar un
salto. ―. Ja ja ja, ¿te has asustado?
―Sí, ¡tonto!
―Eh, solo te he saludado, pequeñaja.
―¡Yo no soy ninguna pequeñaja!
―Eres como mi hermana, una pequeñaja de siete años que canta con un
cepillo en la mano.
―¡En noviembre cumplo ocho! ―agitada se quejó Eva enseñándole la lengua
a Andrés, él le hizo el mismo gesto de vuelta.
―¡Tonto!
―¡Pequeñaja!
―Tú… tú… tú…
―¿Estás comunicando? ―se burló Andrés, que se creía mayor por tener ya
los diez años.
―Tu madre que saques lo que ha dejado sobre la mesa. ―con cara de enfado terminó por decir
Eva.
―Vale, pequeñaja.
―Deja de meterte con mi amiga―Ana se metió en la conversación. ―. Pasa
del tete, se cree muy mayor por tener
diez años. No sabes la suerte que tienes de no tener un hermano mayor, los
chicos son tontos.
―Yo tengo a mi primo Alejo, a veces se pone tonto pero yo lo quiero
mucho. Bueno, a Alejo y a los otros siete―aclaró Eva―.Todos son más mayores que
yo, ¡Víctor ya tiene quince años! ¡Va al instituto!
―Jo, ¡qué mayor! A nosotras aún nos falta mucho para ir al insti, pero lo guay es que iremos
juntas. ―aseguró Ana abrazando a su inseparable amiga
―Sí,
¡juntas para siempre! ¡Nada ni nadie nos separará!
―¿Y si cuándo seamos mayores nos enamoramos del mismo chico? ―de pronto
preguntó Ana.
―¿Y por qué nos vamos a enamorar del mismo?
Eva
terminaba de hacer la pregunta cuando Andrés entró en el salón plantándose
delante de ellas. Sus miradas se cruzaron durante unos breves segundos que a
ambos se les hicieron eternos, sin ser capaces ninguno de los dos de apartar la
vista del otro; ellos no eran conscientes pero acababa de realizarse el primer
nudo en el largo hilo rojo del
destino.
―Pequeñajas
a comer. ―terminó dando el recado que su madre le había dado, apartando la
vista de las pupilas de Eva.
*****
―¿Y cuándo os vais a Alemania? ―preguntó Cristina.
―La próxima semana.―contestó Hans.
―¿Os quedareis lo que queda de mes de agosto? ―siguió preguntando
Cristina.
―Sí, estaremos hasta final de mes, que se casa mi hermano pequeño.
―¿Eva, ya te entiendes con tus primos alemanes? ―esta vez era Andrés
padre el que preguntaba.
―Bueno, algo.
―¿Algo? La verdad es que está
aprendiendo alemán más rápido de lo que esperaba, la destreza que tiene mi hija
con los idiomas es increíble. ―orgullosa respondió Rosa.
―Mamá, ¿podemos sacar el postre ya? ―interrumpió Andrés.
―Sí, cariñet, Ana ayuda a tu
hermano a traer los helados. Andrés, en el segundo cajón está el de menta y chocolate para Eva y para ti. ―aclaró
Cristina―. Creo que son los dos primeros niños, que conozco, a los que les
vuelve locos el helado de menta y
chocolate.
―Quédate Ana, ya ayudo yo a tu hermano con los helados. ―dijo Eva
levantándose de la mesa y siguiendo a Andrés a la cocina.
―Así que te vas a Alemania.
―Sí, casi tres semanas.
―¿Y sabes decir menta y chocolate
en alemán?
―Sí, claro.
―¿Cómo se dice? ―preguntó Andrés clavándole la mirada.
―Minze und schokolade.
―Uhm, me gusta más en español. ―sonrió Andrés.
―Y a mí―en baja voz respondió Eva cogiendo las tarrinas que le daba
Andrés.
*****
Xena la
esperaba detrás de la puerta, dando saltos de alegría a su alrededor, pareciera
que hiciese siglos que no se viesen y solo había pasado unas cuantas horas.
―Eh, prima, ya estás de vuelta. ¿Te vas a quedar esta noche?
―No lo sé―contestó Eva levantando los hombros―. ¿Mami, me puedo quedar
esta noche en casa de los iaios[2]?
―Eva, cielo, mañana he de preparar las maletas que nos vamos en un par
de días.―explicó Rosa.
―Anda mami, que no volveré hasta final de verano, porfa. ―con
voz mimosa imploró Eva.
Eva ponía
ojitos suplicantes a sus padres, que se miraron cómplices dándose una respuesta
entre ellos. Imposible resistirse a la cara de su hija.
―Anda tía, que no veré a la prima en tres semanas y hoy se pueden ver
las estrellas. ¡Nos vamos a quedar todos en el jardín para ver las perseidas!
―Vale, muy bien, con vosotros dos no hay quien pueda.
―¡Ni quien los entienda! Igual se están peleando que defendiéndose
mutuamente. ―rio Hans.
Alejo y
Eva salieron corriendo seguidos por Xena que iba en el medio de ambos, dando
saltos a un lado y al otro haciendo reír a sus primos humanos.
Tumbados
hombro contra hombro formando un círculo, en cuyo centro estaba tumbada Xena
patas para arribas, imitando a sus ocho primos que tenían la vista clavada en
la infinidad de un espectacular cielo despejado de nubes. Cielo en el que de
cuando en cuando se dejaba ver una de las célebres lágrimas de San Lorenzo para
regocijo de los primos.
―Otra… otra―gritó emocionado Alejo a quien una alborotada Xena le
chupaba la cara.
―Xiquets[3],
creo que va siendo hora de irnos a dormir. Casi son las cuatro de la mañana.―comentó
Clotilde levantándose del círculo al que ella y Vicente se habían incorporado
por petición de sus nietos.
―Un poquito más, iaia.―era
Sara, la hermana mayor de Alejo, quien hablaba.
―Cinco minutos más y nos vamos a la cama. ―Vicente concedió.
No fueron
cinco, ni diez…una hora más tarde los ocho primos desfilaban con una imborrable
sonrisa rumbo a sus camas. Alejo y Eva se acomodaron en el sofá cama, dejando
subir a Xena nada más salir sus abuelos.
―Ssh, no
hagas ruido y quédate aquí.―murmuró Alejo a Xena para que se colocara en el
medio, la juguetona perrita les lamió la cara a ambos y enseguida su cadenciosa
respiración se unió a las de sus compañeros de cama.
En Bonn…
Eva miraba a todos lados, sin lugar a dudas aquel era su sitio favorito
de Bonn. El parque Rheinaue, ubicado en pleno centro de la ciudad, era como
estar en medio del monte. Sus ojos se perdieron en el verdor de la húmeda
hierba, por la fina lluvia de la noche anterior, pasando por los coloridos
setos de flores para terminar topándose con la impresionante cascada cayendo
sobre el lago Rheinaue.
―¡Quiero cruzar
al otro lado, papá! ―excitada gritó Eva.
―Muy bien,
vamos al otro lado. ―respondió Hans tomándola de la mano antes de empezar el recorrido sobre los pilares de piedra,
que parecían estar flotando sobre el lago.
Eva rodeó entre maravillada y
asombrada cada una de las “cucharas” en el “bosque de las cucharas”, atenta
escuchó las explicaciones de su padre frente a las lápidas romanas. Encantada estaba con
aquel lugar. Sí, año tras año desde su nacimiento había visitado Bonn pero
nunca se había percatado de lo bonito que era hasta ahora.
―Mamá, Valencia
es muy bonita pero la ciudad de papi también es muy bonita.
―Sí, cariño,
Bonn es muy bonita.―confirmó su madre.
―¿Te gustaría
vivir aquí?
―Bueno…papi―dudó
Eva―, la tarta de chocolate de esa pastelería, que está cerca de casa de los
abuelos, está deliciosa. ¡La mejor tarta del mundo! Y ese pastel que tiene
trocitos de manzana dentro también. ―explicó relamiéndose al recordar los deliciosos
pasteles.
―El strudel.―aclaró el padre.
―Ese… ese… pero
aquí no están los iaios, ni los
primos― Eva empezó a enumerar―, ni Xena… ni Ana, que es mi amiga para toda la
vida.
Rosa asistía en silencio a la
conversación padre-hija, tenía claro que Hans echaba de menos su tierra, su
familia y que en Bonn su futuro laboral era muchísimo mejor que en Valencia.
Rosa sabía que su suegro le insistía
para trabajar con él, su hermano, tío y primos en el bufete de abogados, que un
día sería parte de su herencia.
Hans y ella nunca habían hablado
directamente sobre el tema aunque sí de manera indirecta, sin querer había
escuchado la conversación de su suegro y marido; no la había entendido del todo
pero sí lo suficiente para saber cómo Hans padre tentaba a Hans hijo.
―Bueno, pero
aquí también tienes abuelos y primos. ―comentó Hans.
―Sí, claro.―respondió
no muy convencida Eva.
En aquel momento Eva no lo sabía pero,
cuatro veranos más tarde, ella y sus padres, una tarde de agosto como aquella
estarían llegando a su nueva casa en Bonn.
―Pero no está
Ana ni Andrés. ―puntualizó.
―¿Andrés? ―preguntó
sorprendido Hans― ¡si siempre os estáis peleando! ―rio ―, creo que en lo único
que coincidís es en vuestra pasión por el helado de menta y chocolate. Por cierto, hay una heladería muy cerca de aquí
donde lo hacen muy bueno, ¿te apetece?
―Sí―respondió
sin dudarlo Eva.
Eva caminaba inspeccionándolo todo a
unos pocos pasos por delante de sus padres, que paseaban en silencio cogidos de
la mano.
―¿Pasa algo,
Rosa? Estás muy callada.
―No, nada.
―¿Seguro?
―Seguro.
―Nunca te fíes
de un “seguro” como respuesta de una mujer―bromeó Hans mirando a su mujer―, nos
conocemos desde hace años como para saber que eso no es cierto. ¿Qué ocurre?
―Te escuché
hablar con tu padre.
―Rosa.
―No, espera, no
digas nada―continuó Rosa―. Entiendo perfectamente que tu padre quiera tenerte
aquí, y que tú te sientas tentado.
―Rosa, ni me lo
he planteado.
―Por eso, le preguntabas
a la niña. ―sonrió Rosa―. Cariño, es normal, yo también querría volver a casa
en tu situación.
―No te
equivoques Rosa, mi casa no está ni en Bonn ni en Valencia, sino donde tú y Eva
estéis. Vosotras sois mi familia y mi hogar.
Eva sonrió picaronamente al girarse y
ver a sus padres besándose acaramelados a unos pasos de ella.
―¿De qué te
ríes, pequeñaja? ―preguntó Hans.
―Jopetas, ¡qué manía tenéis todos de
llamarme pequeñaja! ―se quejó Eva.
―¿Quién te
llama así? ―quiso saber su padre.
―Alejo y Andrés.
―Están bonitos
los dos para decirte “pequeñaja”. ―rio su madre.
―Parece que
estoy escuchando mucho el nombre de Andrés. ―comentó su padre haciendo reír a
Rosa. ―.A ver si voy a tener que hablar con él.
―¿Por qué,
papá? ―inocente y sin entender a su padre preguntó Eva.
―Nada, cariño,
tonterías.
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